Celebración en honor de la Virgen de los Reyes

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares

 

EIsla de Hierro - Canarias, 9 de julio de 2005
María, Madre nuestra
Lecturas: Eclo 24,9-12.19-22; Jn 2,1-11

1. Nos encontramos en la víspera de la fiesta de la Virgen de los Reyes, Patrona de los herreños. En esta cita cuatrienal de la “Bajada de la Virgen”, que se celebra desde 1741, queremos honrar hoy a nuesta “Madre amada” de un modo especial. En primer lugar, por ser su fiesta: la que sus hijos le dedican con tanto cariño y a la que tengo el gozo sw unirme con filial devoción. En segundo lugar, porque nos encontramos en el año mariano, que el Santo Padre, Juan Pablo II, quiso dedicar a la Virgen. 

La lectura del libro del Eclesiástico, que hemos escuchado, nos ha hablado de la Sabiduría. Este texto está referido a Cristo, que es la Palabra de Dios, hecho hombre. Pero también a nosotros nos evoca hoy la figura de María, que es «la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza» (Eclo 24, 18). Ella es la Madre del Salvador y también Madre nuestra. Ella es la tienda santa, donde Cristo ha venido a morar entre nosotros. En su seno la Sabiduría se hizo carne. Ella es Sión, la Ciudad amada, donde el Verbo halló un lugar para habitar entre los hombres. Ella es tipo de la Iglesia, la Ciudad Santa, donde el Señor ha establecido su morada entre nosotros. 

2. El Espíritu Santo concedió a nuestra Madre, la Virgen de los Reyes, los dones sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad, que llenaron su corazón, le permitieron aceptar la voluntad de Dios y la fortalecieron durante toda su vida. Ella es, pues, para nosotros, Madre en la fe, en la esperanza y en el amor.

María es nuestra Madre en la fe, porque “por su fe y obediencia engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, sin contacto con hombre, sino cubierta por la sombra del Espíritu Santo” (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, 63). 

María nos enseña a cada uno de nosotros a vivir como auténticos creyentes, a vivir de la fe y a fiarnos de Dios. Por la fe y la obediencia, como María, podemos gozar de la presencia de Dios en nuestras vidas y llevar al mundo el mensaje de salvación. 

Contemplando a nuestra Madre María, que creyó y obedeció, engendrando en la tierra a Cristo, aprendemos a creer y a obedecer, diciendo con ella en toda ocasión: «Hágase en mí según tu Palabra» (Lc 1, 38). 

María, desde su vivencia de fe, nos invita a ser hoy testigos creíbles de Dios, en esta sociedad que busca la felicidad sin encontrarla; que abandona las verdaderas fuentes de la vida, para beber en charcas fangosas; que pretende ser dueña y señora de la vida, cuando es simple servidora de la misma; que se erige en señora de la ciencia y de la historia, porque no reconoce ni asume su realidad de criatura. En definitiva, porque no cree en Dios como Padre, Creador y Señor del universo.

3. La maternidad en la fe de María queda constituida por Dios como “tipo” de la fecundidad en la fe de la Virgen-Iglesia, la cual “se convierte ella misma en Madre, porque con la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, concebidos por obra del Espíritu Santo, y nacidos de Dios” (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, 64). La Iglesia es madre de los creyentes y desea que todos los hombres lleguen al conocimiento de la Verdad.

Los antiguos Padres enseñaron que la Iglesia prolonga en el sacramento del Bautismo la Maternidad virginal de María. San León Magno, en una homilía natalicia, afirma: “El origen que (Cristo) tomó en el seno de la Virgen, lo ha puesto en la fuente bautismal: ha dado al agua lo que dio a la Madre; en efecto, la virtud del Altísimo y la sombra del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), que hizo que María diese a luz al Salvador, hace también que el agua regenere al creyente" (Tractatus XXV (In Nativitate Domini), 5). 

La liturgia hispánica compara la maternidad de la Virgen y la de la Iglesia, mediante la imagen de las aguas: “Ella (María) llevó la Vida en su seno, ésta (la Iglesia) en el bautismo. En los miembros de aquélla se plasmó Cristo, en las aguas bautismales el regenerado se reviste de Cristo” (Pablo VI, Marialis cultus, 19). 

María es tipo y modelo de toda la Iglesia, que, como ella, está llamada a engendrar por la fe, a través del bautismo, nuevos hijos para la vida eterna, y a custodiar fielmente esa fe, con la ayuda de Dios. Hoy han renacido en las aguas bautismales de este templo algunos hijos de esta noble tierra.

Virgen de los Reyes: “Danos Fe para seguir creyendo en el Dios-con-nosotros” (Oración a la Madre Amada, en la bajada de 2005).

4. La Virgen María es Madre de esperanza. Contemplando la Asunción a los cielos, encontramos un signo cierto para aguardar con esperanza, lo que toda la Iglesia llegará a alcanzar en la vida eterna. La gloriosa Asunción de María es la celebración de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una celebración que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hechos hermanos teniendo “en común con ellos la carne y la sangre” (Hb 2, 14; cf. Gal 4, 4).

Contemplando a la Madre de Jesús, Siervo doliente de Yahvé, el nuevo Pueblo de Dios, constantemente probado en la fe, aprende a soportar con paciencia y entereza el sufrimiento y la persecución. Jesús fue signo de contradicción, como le fue profetizado a María en la circuncisión de su Hijo, a la par que se le anunciaba a ella los sufrimientos de su corazón (cf. Lc 2,34-35).

5. Los cristianos pasan necesariamente por la incomprensión, la persecución y el menosprecio, porque así hicieron los coetáneos de Jesús con Él: «Si con el leño verde hacen esto, con el seco ¿qué harán?» (Lc 23, 31). Al ejemplo del Maestro, el cristiano debe soportar con esperanza las contrariedades que le acarrea su testimonio. La Virgen fue una discípula predilecta, que supo asumir los sufrimientos por seguir a Cristo, con un corazón esperanzado. 

“María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo” (Pablo VI, Marialis cultus, 37), donde los hombres se miran y recobran la ilusión; donde contemplan lo que ellos pueden ser; donde descubren el ideal del ser humano, realizado ya plenamente. María es contemplada como modelo de la humanidad, que anima al cansado, fortalece al débil y acaricia al necesitado. ¡Acudamos a ella en nuestras tristezas y desconsuelos, que ella nos ayudará!

Virgen de los Reyes: “Danos, esperanza, para esta vida y la venidera” (Oración a la Madre Amada, en la bajada de 2005). 

6. María es Madre del amor hermoso y puro. Ella fue la Madre del Salvador; fue la Madre del Amor entregado, que amó a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13,1) y dio su vida para la salvación de toda la humanidad. 

La Madre del Amor ama necesariamente a su Hijo. Contemplando su profundo amor a Jesucristo, aprendemos a amarle nosotros también en un trato íntimo y personal, uniendo nuestra vida a la de Él, como supo hacer María, que lo cuidó desde su nacimiento, lo buscó cuando se perdió en Jerusalén con doce años, le enseñó y ayudó a crecer en su vida oculta. 

María supo pasar de Madre a discípula, siguiéndole fielmente en su ministerio público. Cuando su Hijo estaba en la cruz, se ofreció a sí misma, como Madre sacerdotal, a todos nosotros, los hermanos pequeños del Señor, sus hijos amados. 

Hoy queremos ofrecerle, estimados herreños, el homenaje de nuestro amor sincero a la Madre amada, correspondiendo al gran amor ella que nos tiene.

También nosotros hoy nos reunimos con ella, para «perseverar en la oración junto con María, la Madre de Jesús» (Hch 1,14). ¡Que nuestra oración nos ayude a vivir el doble precepto del amor a Dios y a los hermanos!

Virgen de los Reyes, Madre amada: “Danos Amor, amor verdadero, porque Dios es Amor” (Oración a la Madre Amada, en la bajada de 2005).

7. En el relato de las Bodas de Caná de Galilea, que hemos escuchado, María está presente como Madre de Jesús, y de modo significativo contribuye a aquel “comienzo de las señales”, que revelan el poder mesiánico de su Hijo. María se dirige a su Hijo y le dice con maternal solicitud: «No les queda vino» (Jn 2,3). 

Aunque la respuesta de Jesús a su madre parece un rechazo: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4), María se dirige a los criados y les dice: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). En el Evangelio de Juan aquella «hora» significa el momento determinado por el Padre, en el que el Hijo realiza su obra y debe ser glorificado (cf. Jn 7, 30). 

María intercede para que Jesús actúe como Salvador de la humanidad. La Virgen María le está suplicando que les dé el “vino bueno”, es decir, la salvación que Él ha venido a dar a todos los hombres. Ese buen vino queda significado por el agua viva, que brota para la vida eterna (cf. Jn 4, 14). Entonces Jesús ordena a los criados llenar las tinajas de agua (cf. Jn 2,7), y convierte el agua en buen vino. Cristo viene a sustituir el agua de los antiguos ritos y normas por el vino de un culto nuevo en espíritu y verdad. La intercesión de la Madre adelanta la hora de la manifestación mesiánica.

8. La Madre percibe la pobreza de los hombres y descubre sus necesidades: No tienen vino, están resecos y sedientos, no tienen vida, están muertos. La humanidad necesita vida, necesita fe, necesita esperanza, necesita amor. Todos estamos necesitados, estimados hermanos, del don sobrenatural que da vida eterna.

Cristo ha venido para dar vida al mundo. Y su Madre, solícita, suplica a Cristo que les de la Vida. María está íntimamente unida a su Hijo Jesús: A su persona, su misión y su destino. Él la ha querido unir así, por el amor, la fe y la esperanza. 

Los hijos necesitados de la Madre Amada acudimos hoy a su regazo, para que ella interceda ante su Hijo y nos haga partícipes de la vida, que Él ha venido a traer al mundo.

“Contar con nuestra madre es uno de los gozos mayores que se puede tener en la vida. En la madre encontramos siempre refugio, apoyo, comprensión, ternura, ánimo... La madre es la flor sin la cual nunca nuestra vida podría ser un jardín. La madre es la brújula sin la cual nunca podríamos aventurarnos a ‘salir a la intemperie’” (Mons. Felipe Fernández, Carta pastoral “Y el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19,27), Tenerife 2005).

9. En este año 2005 os invito a renovar el voto que hacéis los herreños, fieles amantes de la Virgen de los Reyes: “Dar las gracias a la Reina de los Ángeles... con algún servicio y obsequio que sea de su mayor agrado y culto”.

Al contemplarla y tratarla con amor, al amarla y estar con ella, los cristianos entramos más hondamente en el Misterio de su Hijo y nos vamos configurando cada vez más a Él. Ella nos atrae hacia su Hijo y hacia el Padre. 

Virgen de los Reyes, nuestra Madre amada: “Tú conoces las penas y los súplicas, los gozos y esperanzas de cuantos cada día recorremos a pie o, al menos, de corazón, el Camino Real que lleva a tu Ermita de la Dehesa, y nos acompañas siempre en todos los senderos, que recorremos nuestros quehaceres cotidianos. Sigue intercediendo maternalmente por nosotros, como antaño hiciste con nuestros antepasados, y alcánzanos de tu Hijo el socorro en necesidades materiales y espirituales que te presentamos” (Oración a la Madre Amada, en la bajada de 2005).

“La finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en un vida absolutamente conforme a su voluntad” (Pablo VI, Marialis cultus, 39).

¡Virgen María, que todos tus hijos busquemos siempre la gloria de Dios! ¡Que sepamos hacer su voluntad, como tú la aceptaste de corazón! ¡Madre en la fe, en la esperanza y en el amor, intercede por nosotros! ¡Amén.