Vigilia de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares

 

Parroquia de Santa María. Alcalá de Henares, 7 de diciembre de 2004 

Lecturas: Gal 4,4-7; Sal 97; Lc 1,26-38.

1. Acabamos de entonar el Salmo 97, que nos ha invitado a dar gracias a Dios: «Cantad al Señor un canto nuevo, porque ha hecho maravillas» (Sal 97,1).

Realmente tenemos un motivo grande para ello. Por voluntad del Santo Padre, Juan Pablo II, comienza hoy el año de conmemoración de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, que tuvo lugar hace 150 años. El Papa Pío IX, con su bula Ineffabilis Deus, en 1854, proclamaba solemnemente este dogma, creído y vivido en la fe de la Iglesia.

Esta verdad de fe ha tenido un largo proceso hasta la proclamación solemne; ha sido expresada de muchas maneras y ha sido sostenida por una profunda reflexión teológica, hasta culminar en esta declaración dogmática.

2. Es para toda la Iglesia motivo de alegría, motivo de acción de gracias y de alabanza a Dios, el que la Virgen María, por privilegio especial, fuera limpia de toda mancha de pecado. Así nos lo recuerda un himno, que utilizamos en la Liturgia de las Horas en la solemnidad de la Inmaculada: "Ninguno del ser humano / como vos se pudo ver; que a otros los dejan caer / y después les dan la mano. Mas vos, Virgen, no caíste / como los otros cayeron, / que siempre la mano os dieron / con que preservada fuiste".

La Virgen no tuvo mácula de pecado, sino que estuvo limpia desde el primer instante de su concepción. Esto es gran motivo de alegría, que nos anima a recitar al Señor un cántico nuevo. Cantar un cántico nuevo es cantarlo con Jesucristo, cantarlo desde la revelación cristiana. El pueblo de Israel ha cantado muchos cánticos, por las gestas que el Señor obraba a su favor; pero el cántico nuevo sólo se canta con la nueva época, que Cristo inaugura con su presencia. Y hoy cantamos un cántico nuevo; hoy toda la Iglesia se alegra por las maravillas que el Señor obró en María, Madre del Redentor y Madre nuestra. Hoy la Iglesia se alegra, porque una mujer -un ser humano como nosotros-, ha sido redimido de manera plena y perfecta, desde el primer instante de su existencia en el mundo.

3. El Señor nos ha dado a conocer su salvación, como hemos cantado en el Salmo: «Se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de Israel. Todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios» (Sal 97,3). Salvación significa justicia salvífica; salvación significa elevación del hombre, para que participe de la vida de Dios. Él ha recordado su gran amor a los hombres; su gran amor a cada uno de nosotros.

Cuando decimos que nos alegramos porque la Virgen ha sido preservada de pecado original, no solamente lo hacemos por su persona, sino también por toda la Iglesia y por toda la humanidad. Cuando alguien de la humanidad consigue algo importante, no sólo se beneficia el que lo ha conseguido, sino que es la humanidad entera quien se beneficia de ese logro. Cuando la Virgen María queda llena de gracia, no sólo se beneficia María de Nazaret, sino que queda más enriquecida la humanidad, porque un miembro de la familia humana ha quedado libre de pecado. También participamos nosotros de ese bien, como familia de hijos de Dios, como cristianos, como hombres de fe y como personas. Todo ello es motivo de gran alegría.

4. La carta a los Gálatas nos ha recordado que, cuando plugo al Señor, «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4,4). María ha sido elegida para ser la Madre de Jesús.

El Hijo de Dios, cuando se hace hombre, no tiene inconveniente en entrar en el seno de una mujer y pasar un tiempo, como todos los seres humanos, en el seno materno. Esto nos ayuda a valorar la vida humana y respetarla, desde el primer instante de la concepción natural.

En esta vigilia de oración, especie de Cenáculo y encuentro familiar, estamos reunidos junto a María, nuestra Madre, para honrarla, y decirle que la amamos; para pedirle que nos ayude amar más a su Hijo. Queremos estar con ella, rezando, explayando nuestro corazón y agradeciéndole a Dios las maravillas, que ha obrado en María y en todos nosotros.

5. Gracias a la Encarnación de Jesucristo, estimados hermanos, hemos sido salvados nosotros. Dios, al hacerse hombre, ha inaugurado una etapa nueva. Encontramos la salvación en Cristo, que ilumina la existencia humana, la redime, la salva y la eleva. El hombre descubre en Cristo su propia vocación y el sentido de su existencia. Como dice el Concilio Vaticano II: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22).

Jesucristo ha rescatado a los que nos hallábamos bajo la ley, como nos ha recordado San Pablo: «Para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos el ser hijos por adopción» (Gal 4,5). Jesucristo nos ha reglado la filiación divina; éste es un gran motivo de alegría. Alegrémonos, pues, porque hemos sido hechos hijos de Dios, que nos ha rescatado de las garras del mal.

6. Durante este año mariano, que ahora inicia, tendremos ocasión de profundizar en estas verdades de fe. El próximo 8 de diciembre de 2005 nos volveremos a encontrar, si Dios lo permite, para clausurar este año especial, en el que meditaremos, a invitación de la Iglesia, el misterio de la Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra.

Aprovechemos este tiempo para rezar con ella, para estar con ella, para profundizar en los misterios cristianos, para pedir que nos ayude a vivir como hijos de Dios.

7. La vigilia de oración de esta noche, recordando el 150 Aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, tiene también el objetivo de contemplar a María como Reina de la Paz. En esta noche, los católicos nos reunimos en vigilia de oración, para pedirle a la Reina de la Paz que interceda por sus hijos queridos y que puedan vivir "en paz". Esta expresión no se refiere solamente a la "ausencia de tensiones o de guerras". Vivir en paz es vivir en Cristo; en su amor y en la paz, que Él nos trae.

Cristo dijo: «Mi paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14,27). La paz de Cristo es diferente de la paz mundana. La paz de Cristo es la liberación del mal; es la participación en su filiación divina, que implica vivir la relación filial con María. La paz de Cristo es limpieza de corazón y purificación de nuestro pecado. La paz de Cristo es... muchas más cosas. Pedimos que Cristo nos otorgue su Paz.

8. María entra en el misterio de Dios con un "sí". Ella es la llena de gracia, la santa, la criatura humana más pura, la más limpia. Ella ha sabido decir "sí" a la invitación de Dios. El texto de Lucas: «Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1,26-27).

Una Virgen que había consagrado su vida a Dios; una Virgen que nos enseña a entregar y a consagrar nuestra vida a Dios. "Consagrar" no se refiere sólo a la consagración especial de los religiosos, de los sacerdotes o de los monjes. Todo cristiano, hecho hijo de Dios en el bautismo, queda consagrado al Señor; su corazón ya no le pertenece; su vida ya es de Dios.

La Virgen de Nazaret, antes de la Encarnación de Jesucristo en su seno, ya había entregado su vida a Dios. Esa misma Virgen, la Inmaculada Concepción, nos está invitando a que esta noche le digamos al Señor: "Señor, te ofrezco mi vida; haz de ella lo que tú quieras. Acepto tu voluntad".

9. El ángel Gabriel llamó a María "llena de gracia", porque el Señor estaba con ella. Nosotros podemos pedirle al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, que esté con nosotros y que llene nuestro corazón con su presencia.

Nosotros estamos manchados por el pecado original y no podemos ser "llenos de gracia", pero podemos hacer que nuestro corazón esté más limpio y acoja la presencia de Jesús y de su Espíritu.

10. A María el Ángel del Señor le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios» (Lc 1,30). También hoy se nos dice a nosotros: No temas, no tengas miedo a la presencia de Dios en tu vida.

A veces da la impresión de que tenemos miedo a la presencia de Dios en nuestra vida, por si nos pide lo que no nos gusta. ¡No temáis, amados jóvenes! ¡No tengáis miedo a Dios! ¡No tengáis miedo de que habite en vuestro corazón! ¡No temáis que os pida lo que sea! Os aseguro que no saldréis perdiendo. Si le ofrecéis lo que os pide, saldréis ganando infinitamente.

La presencia de Dios no puede perturbarnos; más bien nos debe llenar de alegría. La presencia de Dios es siempre salvífica y llena el corazón humano de alegría, de gozo, de paz, de amor. ¡No temáis!

11. La Virgen nos ofrece en esta noche otro mensaje. A ella el ángel le dijo: «El Espíritu vendrá sobre ti» (Lc 1,35). ¡Dejad hacer al Espíritu en vosotros obras maravillosas! El Espíritu ha llenado de gracia a la Virgen. El Espíritu la ha hecho Inmaculada. El Espíritu la ha fecundado, haciéndola Madre de Jesucristo y de todos los hombres. El Espíritu la ha transformado. ¡Dejad que el Espíritu venga sobre vosotros y os transforme como a la Virgen1

Hay muchas cosas dentro de nosotros, que no somos capaces de limpiar ni purificar; y cada uno las conoce bien. El Espíritu es capaz de hacerlo. El Espíritu, con el fuego de su amor, es capaz de transformarnos por dentro; es capaz de darnos un corazón que ama, un corazón limpio, un corazón intrépido, un corazón valiente. El Espíritu es capaz de fecundarnos, porque nos da sus dones y sus frutos: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, alegría y paz.

¡Dejaos llenar por el Espíritu, como la Virgen se dejó llenar por el Espíritu! Estar con María es dejar hacer en nosotros la obra del Espíritu, como Ella se dejó.

12. Todo esto significa celebrar el misterio de la Inmaculada Concepción, Madre del Hijo de Dios, Jesucristo, y Madre de todos los hombres; Madre de cada uno de nosotros.

Vamos a proseguir la Vigilia de oración, rezando en silencio ante la imagen de María y ante la presencia de Cristo Eucaristía. Estamos en un Año Eucarístico y sabéis que el Papa Juan Pablo II ha definido a la Virgen como "Mujer eucarística" (cf. Ecclesia de Eucaristía, 53). Esta noche somos adoradores eucarísticos con María. Vamos a adorar al Señor, presente en el Santísimo Sacramento del altar y le pedimos a la Virgen María que nos lleve de su mano. ¡Que así sea!