Sagrada Familia

+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería y Administrador A. de Ávila

 

“Hombre y mujer los creó (Gn 1,27)”
Carta a los diocesanos en el domingo de la Sagrada Familia 

Queridos diocesanos:

En esta fiesta dominical de la Sagrada Familia dentro de la octava de la Navidad, la Iglesia propone a la consideración de todos los que quieran dejarse iluminar por la luz de Belén el misterio del amor humano, fruto de la diferencia sexual entre el hombre y la mujer. Ambos han sido creados por Dios como idénticos en igualdad y dignidad personal, pero diferenciados sexualmente, en forma tal que ser hombre y ser mujer determina la identidad de cada ser humano, dice la reciente Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe Sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo. 

Por ser esta diferencia de los sexos “realidad inscrita profundamente” en el hombre y la mujer, la sexualidad los diferencia no sólo física, sino espiritualmente, dando lugar a la “complementariedad física, psicológica y ontológica” de los dos (n.8). La revelación bíblica habla de esta complementariedad como del fundamento de la relación de amor entre ambos sexos, que asemeja al ser humano a Dios, verdadera comunidad de amor que transciende la vida humana, pero que se hace presente en la imagen y semejanza que de sí mismo ha dejado Dios en el hombre.

Esta diferenciación hace posible aquella comunidad de amor en la que se genera la vida mediante la procreación, que da lugar a la maternidad y a la paternidad como referencias fundamentales del desarrollo de los seres humanos desde su nacimiento; de suerte que la carencia de la madre o del padre deja en singular desvalimiento a los hijos en tanto se desarrolla el crecimiento físico, psicológico y espiritual que los convierte en adultos.

Sobre esta base la familia se convierte en la matriz de la vida y en el hogar de su desarrollo y maduración en humanidad adulta. Para que no hubiera duda sobre el pensamiento divino el relato bíblico concluye: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Génesis 2,24). A esta reseña bíblica apelará Jesús contra sus adversarios para recordarles la mente del Creador (Mateo 19,4-6).

Los cristianos conocen bien que esta es la doctrina de la fe, pero saben también que es una doctrina enraizada en la verdad profunda del ser humano. Nunca, en ninguna cultura se ha podido concebir la relación entre esposos de otra forma que sobre la base de la diferenciación sexual, porque el matrimonio supone esta diferenciación y se constituye sobre el concurso de los dos sexos en orden a la relación de amor abierta a la generación y transmisión de la vida humana. Después, la ciencia y la farmacología y otras artes pueden o no separar las dos cosas: la relación amorosa y la generación de la vida, pero esa misma separación se busca intencionadamente porque la “naturaleza” las presenta unidas. Son datos contundentes de la realidad antropológica, esto es, de la verdad humana de los sexos sin la cual no se entiende qué pueda ser esa otra creación de la cultura y de la ley que es el matrimonio como realidad jurídica y la familia como unidad de convivencia amparada por la legislación.

La Iglesia no se opone a la promulgación de una ley civil de unión de personas para la convivencia, pero tampoco renuncia a valorar moralmente las conductas de las personas desde la revelación cristiana. Tiene derecho a hacerlo amparándose en la libertad religiosa igual que de pensamiento y expresión de las propias creencias y convicciones, argumentando con buenas razones. La equiparación de estas uniones civiles de personas del mismo sexo con el matrimonio es una injusta consideración del matrimonio. Porque la defensa y protección que la ley debe ofrecer al matrimonio es condición de paz social y progreso, la legislación debe amparar la más fundamental de las formas de convivencia como es la familia sin desvirtuar su identidad. Donde no hay diferenciación sexual no puede haber matrimonio ni se pueden identificar con la familia formas de convivencia que no emanan del matrimonio en las condiciones en que la sabiduría del Creador ha ideado nuestra humanidad.

Las personas de orientación sexual al mismo sexo son dignas de respeto y consideración, pero el matrimonio exige también el respeto y la garantía de la ley para su genuina identidad. La cultura, teniendo tanto como tiene de creación discrecional, nunca es pura discrecionalidad, porque está ella misma enraizada en la identidad del ser humano, por eso ofrece constantes duraderas a lo largo de la historia. Quebrar estas constantes es transgredir la ley natural y arriesgar la verdad de las cosas.

Dios quiso que su Hijo no sólo naciera de mujer, sino que tuviera la referencia paterna de un varón como san José para que en la vida de una familia se desarrollara la humanidad del Redentor y así la Palabra eterna de Dios habitara entre nosotros.

Almería, a 26 de diciembre de 2004

+ ADOLFO GONZÁLEZ MONTES
Obispo de Almería