Solemnidad de San Jose, esposo de la Virgen María

+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería y Administrador A. de Ávila

 

Lecturas: 2 Sam 7,4-5.12-14.16
Sal 88, 2-5.27 y 29
Rom 4,13.16-18.22
Mt 1,16.18-21.24

Queridos sacerdotes y diáconos; religiosas y seminaristas;
Queridos fieles laicos:

La solemnidad de san José, Esposo de la Virgen María reafirma en la comunidad cristiana la eficacia salvadora de la fe que sostiene la vida cristiana, pues alienta la esperanza e inspira la caridad, dando así impulso a la vida teologal del cristiano. La fe de Abrahán obtuvo para “su descendencia la promesa de heredar el mundo” (Rom 4,15), y al darle Dios el pueblo elegido por herencia, lo convirtió en “padre de muchos pueblos” (v. 17). De esta suerte, también nosotros vinimos a ser verdadera descendencia suya por medio de Jesucristo. Nuestra incorporación a la descendencia de Abrahán se realizó, en efecto, por Jesucristo, verdadero descendiente de Abrahán; pero Jesucristo vino a ser hijo de David y descendencia davídica por medio de José, cuya fe es ejemplo acabado y perfecto de la fe del padre del pueblo elegido.

Por eso, el evangelio propone la fe de san José como la que corresponde al justo a los ojos de Dios, que “vive de la fe” (Ha 2,4; cf. Rom1,16). Fue por la fe como José apareció a los ojos del mundo como “padre de Jesús”, pues por la fe Dios le confió a su Hijo, al mismo tiempo verdadero hijo de la Virgen María, verdadera esposa de san José. Conque cuando Jesús comenzó su vida pública tenía unos treinta años y “según se creía era hijo de José el de Helí” (Lc 3,23).

La fe es obediencia es asentimiento al misterio insondable de Dios y a su designio divino sobre la vida de cada hombre. San José se debatió con el designio de Dios para él, a quien llamaba a entrar en la historia de la salvación como esposo verdadero de María y padre, según la ley, de Jesús. La fe exige fiarse de Dios, por eso quienes no admiten que Dios pueda decidir sobre la propia vida no pueden fiarse de él. Hay quienes no admiten que Dios pueda existir o tiene una permanente incapacidad para aceptar su existencia y sobre todo su cuidado providente y amoroso sobre la vida de cada ser humano. Otros, admitiendo a Dios, viven desorientados por desconocer la revelación del amor de Dios en Jesucristo y no saben que el destino de la humanidad está ligado al destino de Cristo, en quien como enseña el II Concilio del Vaticano, se revela el misterio del hombre y su destino (Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 22).

No en vano, el mismo Concilio dice que el ateísmo, teórico o práctico, es uno de los más graves fenómenos de nuestro tiempo, pues son muchos los que no perciben la íntima unión de vida que el Creador ha establecido entre él y el hombre, y no reconocen aquel amor que deben a Dios ni se entregan a él para tener vida en sí mismos (GS, n.19a-b). Esta vida sin Dios es para muchos resultado de su paulatino alejamiento de la comunidad eclesial de fe, seducidos por las cosas de este mundo; sienten que Dios pudiera molestar su libertad o arrancarles de su vida errada y cómodamente instalada al margen de Dios. Se trata de una forma de ateísmo práctico que consiste en vivir como si Dios no existiera. Por eso el Concilio no deja de recordar que “aquellos que voluntariamente se esfuerzan por alejar a Dios de su corazón y evitar las cuestiones religiosas, sin seguir el dictamen de su conciencia, no carecen de culpa” (GS, n. 19c).

Con todo es mucho más grave el intento deliberado de programar la vida sin Dios e incluso impedir que Dios pueda ser referencia determinante del comportamiento público de los ciudadanos creyentes ; o lo que es lo mismo: que Dios pueda ser considerado fundamento de la moralidad que ha de regir la vida de los hombres.

La cultura de nuestros días se quiere identificar por ser una cultura laica, sin Dios, a la que molestan los signos de la fe. Son muchos los que parecen ver a Dios como una amenaza para la paz de la conciencia y la convivencia social. De quienes así piensan y desean evitar toda dependencia de Dios e imponer esta visión de las cosas a los demás el Concilio afirma: “Los que profesan este ateísmo pretenden que la libertad consiste en que el hombre sea fin en sí mismo, el artífice (..) único de su propia historia; opinan que esto no puede conciliarse con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todas las cosas, o que, al menos, esto hace totalmente superflua su afirmación. El sentimiento de poder que el progreso técnico actual confiere al hombre puede favorecer esta doctrina” (GS, n. 20b).

Las palabras de los padres conciliares mantienen toda su actualidad, pues el ateísmo fundamentalmente agnóstico de nuestros días ha aumentado su agresividad llenando de incertidumbre moral la vida de la sociedad. El resurgimiento de un laicismo beligerantemente antirreligioso hace que, al prescindir deliberadamente de Dios, el hombre se vea más y más alejado de él y abocado a una vida cerrada sobre la propia miseria humana, porque una vida sin Dios está indefensa frente al mal y al pecado que lo causa.

Frente al hombre que no sabe de Dios o culpablemente no quiere saber y rechaza un designio de Dios para su vida, la figura religiosa de san José aparece en toda su luminosidad humana. El propio del hombre dudar, pero la gracia de Dios da la fe y el horizonte del hombre se ilumina y agranda. Con la fe el destino del hombre se abre la trascendencia divina y al destino de gloria que Dios reserva para los que le aman. La fe es un don sobrenatural que Dios no niega a nadie, si con humildad reconoce su más honda verdad de criatura y, más que salir al encuentro de Dios, se deja encontrar por Dios que ha salido primero al encuentro del hombre.

La justicia de san José es la justicia de la fe. José es justo porque hace justicia a Dios fiándose enteramente de su palabra, pues sólo la palabra de Dios da consistencia a las cosas: “todo se hizo por medio de ella y sin ella no se hizo nada de lo que ha sido hecho” (Jn 1,3). Porque la Palabra divina es la que por poseer la vida que hay en Dios comunica la consistencia a todo cuanto ha sido creado. Desconfiar de la palabra de Dios es negar la verdad de Dios, rechazar que la vida de Dios es el principio de vida de cuanto respira y alienta en la creación: “La palabra de Dios hizo el cielo y el aliento de su boca sus ejércitos (...) Porque Él lo dijo y existió, Él lo mandó y surgió” (Sal 33,6.9). Desconfiar de la palabra de Dios es pecado, la desconfianza de Dios es el ateísmo. San José es el justo que hace justicia a la palabra de Dios y la fe de san José es la confesión humilde del la bondad y del poder del Creador. 

San José es justo porque obedece a Dios fiándose de su palabra: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo (...) Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mt 1,20b.24a). En aquel momento decidió el que era esposo legítimo de María llevarse consigo a casa a su mujer; es decir, decidió seguir con obediente docilidad la invitación divina a entrar en el designio que Dios había dispuesto para él en la historia de Jesús y de María. En ella José tenía un cometido propio.

Con toda justicia la Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús y familia de los hijos de Dios hecho hijos en el Hijo, se ha puesto bajo su patrocinio. José encarna a la perfección el modelo del creyente, que de hijo de Abrahán se convirtió, por la fe, en padre del que era Hijo de Dios y señor de Abrahán. Padre según la ley de Jesús ejerce con particular amor de intercesión y cuidado una paternidad amorosa sobre la congregación de los creyentes, la santa Iglesia.

San José tiene a su cuidado las vocaciones sacerdotales por decisión de la Iglesia, que le ha confiado el cuidado de los ministros de Jesús. Como cuidó de Jesús y de María, san José cuida hoy de aquellos que quieren seguir el camino de Jesús, representarle y hacerle presente entre los hombres. La paternidad de san José sobre Jesús es sacramento de la paternidad de Dios Padre, “de quien procede toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3,14-15). Hoy, cuando la autoridad paterna es ignorada y la función del padre en la familia se halla oscurecida por razones ideológicas, san José nos ofrece el ejemplo del cumplimiento fiel de la misión que Dios ha confiado al esposo y padre en la familia: el ejercicio de la paternidad según la mente de Dios. Tal como dice san Bernardino de Siena, «José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: ‘Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor’» (S. BERNARDINO DE SIENA, Sermón 2: Opera omnia 7), cit. según Breviario Romano: solemnidad de san José). 
San José cuida ahora de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo y ámbito donde los bautizados invocan a Dios como Padre y se saben hijos en aquel que es el Hijo de Dios y fue confiado a su protección durante su vida terrena. Cómo habéis de confiaros a san José, queridos seminaristas, que os preparáis en años de silencio para la aparición pública delante de los hombres como ministros de Cristo, meta a la que tendéis con natural inclinación por las cosas de Dios, como Jesús. 

Sujetándoos a la autoridad de quienes ejercen con vosotros funciones de paternidad y acompañamiento, reproducís aquella actitud de obediencia de Jesús hacia José y María, experimentando en vosotros el efecto benéfico de la paternidad de José y de la maternidad de María, que os llega mediante su intercesión por vosotros. Porque a la solicitud maternal de María por vosotros, reina de los apóstoles, sigue el cuidado paternal de san José, que alienta en vosotros una obediencia que no descansa en término humano alguno sino en la voluntad de Dios. La ternura de Dios con vosotros pasa así por la sagrada Familia, modelo de convivencia en el amor para los hogares cristianos y propuesta de universal valor para todas las familias.

Quiera el Señor hacer de vosotros, los que ahora vais a recibir la institución del acolitado para servicio del altar y de la Eucaristía, servidores de la familia de los hijos de Dios en la casa y edificación del Espíritu que es su Iglesia. Que la mesa de los hijos que habéis de servir, como mesa de la palabra y de la Eucaristía, ayude al crecimiento espiritual de cuantos celebran los misterios de la fe. Con esta institución dais un paso más hacia la meta del ministerio sacerdotal, al que os sentís llamados. Que vuestro ejemplo cunda entre adolescentes y jóvenes para que podamos tener los pastores que el Señor quiere para su Iglesia. Se lo pedimos a san José, patrón de las vocaciones sacerdotales en este día del Seminario y confiamos a la sagrada Familia a los hogares cristianos para que sean semilleros de vocaciones sacerdotales. Que la Virgen Inmaculada y san José su Esposo lo obtengan así de su Hijo por gracia de la Eucaristía que vamos a celebrar.

S.A.I. Catedral de la Encarnación
19 de marzo de 2005
Solemnidad de San José

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería