Santa María, Madre de Dios 

+ Mons. Domingo S. Castagna, Arzobispo de Corrientes, Argentina.

 

Lucas 2, 16-21
1.- Maria escucha y ama. ¡Qué admirable es el silencio de los grandes! Los pastores cuentan lo que habían escuchado acerca del Niño y todos quedan sorprendidos. María lo guarda todo en su corazón, en el silencio de su intimidad sagrada, en el recinto de una inteligencia desarrollada en la contemplación. Únicamente los más grandes son quienes sabrán apreciar la discreción por sobre el discurso deslumbrante. María no habla: escucha y ama lo que escucha; guarda silencio y aprende lo que perciben sus oídos de la fe. En este comienzo del 2006, como se estila cada año, María se hace particularmente presente. Su maternidad divina hace posible que – en su Hijo – podamos llegar a ser hijos de Dios. No nos salimos de la verdad cuando abrimos un espacio tan importante a su presencia materna en nuestra vida. Dios es el autor de esa importancia y lo que hace siempre es “bueno”: “Y Dios vio que esto era bueno” (Génesis). María, tan sustancialmente obediente a Dios, se ocupa como solícita Madre de todos los hombres. Junto a la Cruz recibe un mandato que la inviste de una original misión, pegada a la de ser Madre de Dios, la de ser Madre de todos los hombres: “Mujer, aquí tienes a tu hijo…”. (Juan 19, 26) Nadie podrá negar la prolija asunción de esa misión – por parte de ella - en el transcurso de los siglos, hasta nuestros días. 

2.- En la mesa de los pecadores. La impresionante atracción que ejerce sobre las multitudes y, de manera especial, el lugar que ocupa en los corazones más alejados de toda observancia religiosa formal, constituye una esperanza y un desafío. Sin duda, María no se contenta con permanecer en la morada tranquila de Juan, la localizamos - en los variados objetos de su culto - en casas moralmente no tan cómodas pero muy necesitadas de su presencia materna. Parecen atraerle, como a su Hijo divino, las mesas de los pecadores o las viviendas de los pobres de toda índole. Por algo el Magisterio la propone como modelo de la Iglesia. Hoy hace lo que la Iglesia debe hacer. Como María, se exigirá a sí misma no disimular su fidelidad a Cristo, “Evangelio del Padre”. Es la Verdad misma revelada, que no tiene como autor al hombre - aunque en Cristo se exprese en términos humanos - sino a Dios. María es modelo de una Iglesia que, como ella, tiene el propósito de ser absolutamente fiel a la Verdad recibida: Jesucristo. Sin duda, es una Verdad que remueve el interior falsificado de un mundo - aún irredento - que la necesita para recobrar la salud. María desde el Cielo, y la Iglesia en su peregrinaje temporal, ofrecen la Salvación al mundo. María convoca y atrae, se deja abordar por las multitudes y las conduce a Cristo: “Hagan lo que Él les mande”. 

3.- María modelo del evangelizador. Iniciar el año 2006, con esta perspectiva mariana, garantiza transitarlo en fidelidad a Dios. Ella se empeña en educar en la fe a sus hijos - para la fidelidad - y mantiene la formidable misión recibida en la Pasión. De esa manera alienta a la Iglesia a profundizar su cercanía a toda la realidad donde los hombres juegan constantemente su destino. El “vasto campo” (Ev.Nun. nº 70) de la vida contemporánea incentiva la responsabilidad de la Iglesia. No debe permitir maniobras intimidatorias que la marginen de esa responsabilidad. Le corresponde evangelizar la cultura, incluyendo la política, la economía y la justicia. Lo hará, como lo expresé hace pocos días, en aquellos de sus hijos que tienen la responsabilidad de lo temporal: los laicos. María no es una bella imagen, ni una medalla, ni una estampa; es ella, presente activamente, junto a su divino Hijo, en el trajín cotidiano que los hombres protagonizan. Es conveniente recordar el realismo de su presencia invisible e influyente entre nuestras cosas, asistiéndonos en los acontecimientos grandes y pequeños de cada jornada. Los pobres y humildes lo sienten de esa manera. Es conmovedor observarlos depositar su confianza y sus dolores en las manos acogedoras de la Madre. La piedad simple de los humildes y peregrinos manifiesta autenticidad y genuina relación con Dios y con la Virgen. Es conveniente observarla con atención para descubrir en ella su capacidad de ser modelo de la fe sencilla y comprometida. 

4.- Estado de ánimo para el Nuevo Año. Iniciar el año al amparo de la Madre de Dios, que es también nuestra, obliga a captar su orientación. La misma desemboca en Cristo, de Quien dimana la gracia y la Verdad. Es oportuno recorrer ese camino a partir del primer día del año. Es saludable que ese comienzo nos sorprenda en un silencio reflexivo y no en el ruido demencial y en el letargo de la irreflexión y del alcohol. Con frecuencia debemos lamentar accidentes, hasta fatales, causados por el consabido estado de enajenamiento que destroza familias y comunidades. La sociedad incluye, como elementos de la fiesta de fin de año, diversas expresiones que indican el estado de ánimo de los celebrantes. ¿Vacío, frivolidad o esperanzado proyecto de un futuro mejor? Es preciso decidirlo y adentrarse en el nuevo año con el propósito de sumar todos los talentos y retomar el curso responsable de la historia. La fe optimiza los valores que existen y purifica de las contradicciones – que también existen – que invaden nuestros intentos de mejorar el futuro. Sería lamentable desplazarla como inútil sin haberse detenido en considerar su contenido de verdad. Es lo que pasa cuando, durante todo el año, se constituye en un ingrediente tolerado y carente de inspiración para la vida. La misión apostólica exige, a la Iglesia, adoptar actitudes honestas y comprometidas con el hombre necesitado de Cristo. La Iglesia – en todos sus bautizados – debe causar un encuentro con Cristo y la posibilidad, para todos los hombres de buena voluntad, de entablar con Él una relación regeneradora. La inserción de los cristianos en el mundo es promotora de ese espacio vital. 

5.- La auténtica esperanza. La esperanza es el cristal a través del cual la fe mira el futuro. Es impresionante comprobar que, entre las grandes carencias de nuestra sociedad, está la nostálgica esperanza. Nos encontramos con un mundo desilusionado, harto de ensayos inconclusos, esperanzado y desconfiado al mismo tiempo. Es verdad que los hombres, especialmente quienes ejercen una función de especial gravitación social, son observados como referentes para la concreción de proyectos orientados de verdad al bien común. A veces se los teme si manifiestan signos de debilidad en el cumplimiento de las promesas solemnemente formuladas. Para buscar el bien común debe darse un decisivo despojo de intereses personales y grupales. Cuando se observa una peligrosa propensión a sacrificarlo todo – hasta a los amigos – en provecho personal, económico o ideológico, el peligro se avecina como un tsunami indetenible. Es el momento de elevar una plegaria a Dios, por intercesión de María Madre, por un mundo – que es el nuestro – que debe recobrar la auténtica esperanza. De verdad ¡FELIZ AÑO 2006!