En el 105 aniversario de la Coronación de la Imagen Sagrada de Ntra. Sra. De Itatí

+ Mons. Domingo S. Castagna, Arzobispo de Corrientes, Argentina.

 

1.- La mujer eucarística. Celebramos el 105 aniversario de la Coronación Pontificia de la Imagen Sagrada de Ntra. Sra. De Itatí. Siempre es el amor a ella el inspirador de estos grandes movimientos devocionales. Nos atrae, nos alienta a llegar a su Hijo divino y en Él encontrar el perdón y la Vida. En este Año de la Eucaristía su imagen parece cobrar especial belleza. El recordado Papa Juan Pablo II la designó con un nombre que se constituye, para nosotros, en un proyecto de santidad. La llamó: “mujer eucarística” y enseñó que su misión interesaba el centro mismo de la espiritualidad cristiana. María es Madre y Modelo de la Iglesia; de nosotros como bautizados. Su identidad eucarística nace de su íntima y singular comunión con Jesucristo. Nadie como ella, preparada por Dios desde su Concepción Inmaculada, fue la depositaria del Misterio de Dios. No es un privilegio, lejanísimo por su elevación, sino un rol único e irrepetible. El Espíritu Santo la moldeó a su gusto y conforme al plan eterno de la Encarnación. Ella puso consciente y responsablemente lo suyo: su consentimiento humilde. La delicadeza de Dios convierte Su designio en un ofrecimiento sometido a la frágil decisión humana. Bien sabe lo que hace. María se prepara desde su primera infancia para la fidelidad que la insólita elección le exigirá. En la Eucaristía Cristo expresa su amor “hasta el fin” cumplido en obediencia al Padre. María es la más cercana a ese adorable Misterio de amor. Esa cercanía se constituye en intimidad y configuración con su Hijo divino. No puede ser indiferente a ese Misterio que concibe y da a luz prodigiosamente. Es victima con Cristo y el primer miembro de la Iglesia – “el más insigne”[1] - que hace propia esa definitiva forma eucarística. De esta manera abre el sendero para que la Iglesia se identifique “al celebrar la Eucaristía”.

2.- Su necesario sustento. El Papa Juan Pablo II la llama “mujer eucarística” por su extraordinaria identificación actual con Quien – en la Eucaristía - prolonga su amor al Padre y a los hombres. De esta manera es modelo de la Iglesia y de cada bautizado. Cuando celebramos la Eucaristía nos hacemos “eucarísticos” con Cristo, junto a María. Allí está la fuerza serena de la vida cristiana en su constante labor de transformar el mundo. La Eucaristía es el necesario sustento. Su celebración renueva en la sociedad la Pascua. El año pasado estábamos preparándonos, con esta orientación evangelizadora, a celebrar el Xº Congreso Eucarístico Nacional. Sus ecos perduran recordándonos que fue un “acontecimiento de gracia” y una solemne y pública profesión de fe, de la Iglesia Argentina, en la presencia real de Jesucristo Sacramentado. Al recibir una imagen poco optimista del mundo corremos el riesgo de caer en el hastío y en la desesperanza. Pero, al comprobar que está la gracia de Cristo, palpitante y transformadora - quizás no descubierta por muchos - recobramos el aliento. Animados por el testimonio de los mejores – los santos – advertimos que nada está perdido cuando damos lugar a la gracia. María no deja que nos escurramos como agua en las alcantarillas insalubres de algunas ideologías. La Palabra, que se encarnó en su virginal seno por obra del Espíritu Santo, es el único antídoto contra las toxinas ideológicas dominantes que intentan replantearlo todo y destruir los valores más sagrados por el único motivo de tildarlos de conservadores. Necesitamos adoptar el espíritu de los niños para entrar en el Reino. Sólo a ellos se les da la ocasión de percibir la Palabra, entenderla y hacerla propia. En la intrincada telaraña de nuestra “importancias” se nos arruina la capacidad de hacernos niños para entender la Palabra, que es Dios: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”.[2]

3.- La Mujer amada por el pueblo. María es la “MUJER”, palabra deletreada con firmeza en los labios de Jesús. “Mujer” actualmente negada por una “modernidad” que intenta destruir los valores que la identifican. En ella brilla el amor servicial, la virginidad y la maternidad, la capacidad de capitanear la vida social desde el amor y respeto sagrado a la vida, de la que ella es el santuario apropiado, creado por el mismo Dios de la Vida. María es la “mujer” amada por el pueblo creyente que la busca y le implora su cuidado y protección. Esto está muy lejos del folclore piadoso. Es la verdad que cree el pueblo y que le otorga energías sobrehumanas para remar contra las corrientes de la disolución y del desamparo. Esta es una muestra, inexplicable para algunos e interpretada superficialmente por otros, de la fe de multitudes que peregrinan a los Santuarios marianos de todo el mundo. Pero, como son los “pequeños”, los no influyentes, no son tenidos en cuenta. ¿Cuándo adquiriremos la sensatez debida para descubrir la sabiduría de los humildes y adoptar sus términos? María alienta y atrae a este pueblo que pide ser escuchado. Sus dirigentes - políticos, gremialistas y Pastores de la Iglesia - deben ser o hacerse parte de ese pueblo y vivir sus dolores, sus esperanzas, sus silencios elocuentes, su hambre y sed de justicia, su amor a la vida y a la familia, su capacidad de ilusionarse y de no sucumbir ante la tribulación. Es necesario que nadie se aproveche de sus ocasionales carencias económicas e intelectuales, para manipularlo y decidir lo que debe hacer o pensar, traicionando los valores que lo sustentan. Todas las instituciones deben estar al servicio del crecimiento y dignidad de ese amado pueblo. 

4.- La integridad de los valores esenciales. La maternidad de María sobre el pueblo correntino, y sobre los pueblos hermanos del NEA, merece el reconocimiento de la historia argentina y latinoamericana. Es una verdad que toca a los orígenes y al desarrollo de una personalidad popular de enorme riqueza antropológica y cultural. María de Itatí ha velado, y sigue haciéndolo, para que los valores esenciales se mantengan íntegros aunque las pasiones humanas hayan causado más de un aluvión en su breve historia socio política. En ocasiones como ésta podemos alimentar el rico patrimonio, en este caso religioso, que nos seguirá asistiendo en el largo camino de recuperación. Prescindir de lo religioso, por motivos encubiertos de progreso y modernización, es robarle el alma a este pueblo. La Iglesia, mal calificada por algunos como retrógrada, tiene a su favor una experiencia histórica sumamente rica. El hombre necesita afianzar los valores que lo definen en el espectro fantástico de la Creación. El Evangelio predicado y sus misterios celebrados han contribuido positivamente a su sano desarrollo. Cuando – este hombre - recibe una ofensiva ideológicamente tendenciosa, planificada con habilidad, experimenta el deterioro y la incapacidad para hacerse cargo de su verdadera historia. ¿Cuál es nuestra experiencia como argentinos? ¿Qué nos está ocurriendo ahora? Vislumbrando el futuro, que juntos debemos construir, y auxiliados por las luces y sombras del pasado, descubrimos el lugar propio que corresponde a la devoción del pueblo a María de Itatí. El pueblo la ama: los jóvenes la aman; los niños la conocen; los adultos esperan en ella y los ancianos la aguardan ilusionados en el ocaso de sus días. 

5.- La fe viva no sucumbe. En este Año de la Eucaristía, contemplémosla como “mujer eucarística” y sigamos su ejemplo de amor y seguimiento de Cristo. No temamos afirmar nuestra fe y no dudemos de que, cuando está viva, no sucumbe. La Vida de fe es compromiso en la construcción del proyecto de Dios sobre el hombre y su mundo. Pidamos a María de Itatí que sepamos ser fieles, como ella, a Dios y al pueblo. 

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[1] San Agustin.
[2] Juan 1, 1 (Prólogo)