Asunción de la Virgen

+ Mons. Domingo S. Castagna, Arzobispo de Corrientes, Argentina.

 

15 de agosto de 2004

Lucas 1, 39-56

1.- El canto de la humildad. El cántico de María, con motivo de su visita a Isabel, expresa gratitud y humildad. Su mensaje cobra una especial vigencia. El origen de los malos hábitos de la sociedad actual está en la soberbia. Somos soberbios con Dios y con quienes debemos compartir este sitio de la historia humana. De esa manera nos cerramos a todo diálogo constructivo y alejamos posibles soluciones de los problemas agudos que nos asedian. Hoy celebramos el Misterio de la Asunción de María a los Cielos. Su carne inmaculada es glorificada en la de su Hijo resucitado. Si estamos destinados, por nuestra incorporación a Cristo, a participar de su misma glorificación ¡cuánto más ella! No debe sorprendernos, en la línea argumental de la Historia de la Salvación, el hecho histórico de la Asunción de María. Guarda un mensaje de enorme actualidad. Está consignado en la segunda parte del Cántico mencionado: “Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”.[1] Dios se complace en los humildes verdaderos; quienes lo son en su corazón, incluyendo los pliegues más ocultos del pensamiento. 

2.- Sin soberbia no hay egoísmo. María es ejemplo acabado del humilde. No imagina nada para su provecho. Cuenta exclusivamente con su obediencia al plan amoroso de Dios. Todo lo somete a él, hasta sus formas aparentes, y todo lo conduce al término que se le muestra como de Dios. ¡Qué otra resulta la vida cotidiana con semejante perspectiva! Eliminada la soberbia se excluye el egoísmo y se allana el sendero hacia la creación de una convivencia familiar, que se amplía indefinidamente. La paz mundial no se logra sino recorriendo ese pedregoso y seguro camino. Pero, a pesar de los fracasos y desilusiones, no terminamos de convencernos. El sufrimiento causado por el pecado es más amargo que el derivado del esfuerzo generoso, hasta heroico, por lograr la humildad. Los santos, a cuya cabeza está María, lo descubren en un gesto de fundamental honestidad y se internan en su conocimiento. Basta observar los momentos de ese descubrimiento en sus itinerarios biográficos. Podemos incluir en la nómina de estos admirables seres a muchos auténticos sabios y próceres. La humildad es característica de los más grandes hombres y mujeres. La soberbia malogra muchas cualidades y dotes excepcionales; desaprovecha las mejores ocasiones e inclina hacia el abismo políticas y economías de diseños geniales. 

3.- ¡Pobre sociedad maniatada! No es fácil, no lo fue tampoco para María. Hay mérito en el esfuerzo generoso, es preciso reducir a nada la oposición inserta en una naturaleza originalmente maltratada. Jesús mismo debió pasar por la tentación aunque en Él fuera imposible el pecado. Sufrió en su carne la debilidad de la carne de pecado. Venció la contradicción, redujo a silencio al tentador hasta el postrer acto de obediencia a su Padre en la aceptación de la muerte de cruz. De esa victoria de Cristo, desde María, los grandes han sacado la fuerza para derrotar la soberbia. Mientras no lo logremos, por la única instancia de la humildad, no habrá remedio para nuestros profundos males. ¡Pobre sociedad maniatada con las amarras de su autosuficiencia! Es preciso que escuche a Jesús, que acepte su desafío y se enrole en su compañía. Lamentablemente el Evangelio ha sido encasquetado en esquemas tiesos, sin espíritu. Recibirlo es identificarse con el Espíritu de Cristo: “el Evangelio del Padre”. Es preciso reconocerlo en quienes deben predicarlo y, de esa manera, dejarse conducir por él a la plena obediencia al Padre. 

4. Humildad y novedad del ser. El Cántico de María suena indigerible para una sociedad que ha perdido el ideal cristiano. Hasta puede ser considerado discriminatorio y subversivo. Por esa razón era mal entendido cuando se imponían trágicamente el odio y el terrorismo. La insensatez, procedente de la soberbia, impide toda posibilidad de reflexión y coherencia. De allí el desquicio y el infortunio para los inocentes ciudadanos. El sufrimiento, sin salida de redención, provoca tristeza y desamparo, descreimiento y búsqueda de senderos evasivos de la realidad conflictiva. Jamás logran los hombres, por ese camino, arreglar sus diferencias y sortear sus abismos de separación. Únicamente un cambio profundo, desde el reconocimiento humilde de la propia impotencia, puede dar lugar a un nuevo ser. La humildad del corazón inicia esa novedad y posibilita su pleno desarrollo en una nueva historia. Para María la humildad ha nacido con ella, ha tomado sus pensamientos y le ha dado la capacidad de obedecer a Dios. Cuando acepta la misión de ser la Madre del Hijo de Dios, es la humildad probada la que se constituye en anticipo de su generosa entrega. Conocemos la Anunciación y el diálogo con Gabriel. La humildad le hace entender el ofrecimiento de Dios. Así, con absoluta libertad, elige la misteriosa voluntad del Padre y encuentra su dicha y encumbramiento.

5.- La Asunción es respuesta a la humildad. Jesús, María y los santos constituyen la prueba fehaciente de que es posible el acceso a la condición indispensable para construir la sociedad que deseamos. Es preciso bajarlos a nuestro nivel humano: Jesús como Redentor, María como la primera redimida, en su preservación del pecado original, y los santos como auténticos convertidos a las virtudes cristianas. ¿Qué debemos hacer para lograr lo que ellos lograron? No existe otra dirección que la humildad y, en consecuencia, el sometimiento a la voluntad de Dios expresada en el Misterio de Cristo. La Asunción que celebramos es la respuesta de Dios a la humildad asombrosa de María. El Xº Congreso Eucarístico Nacional, cuyos días culminantes se cumplirán dentro de dos semanas, nos ofrece la oportunidad de postrar humildemente nuestra existencia ante Quien es la gracia para el cambio que necesitamos. María no necesita hablar mucho para enseñarnos la Verdad que recibió de Dios con un corazón pobre y disponible. 
--------------------------------------------------------------------------------

[1] Lucas 1, 51-53.