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Reflexiones
Marianas
Libro:
"Amigos de Dios
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
Madre de Dios, Madre nuestra
Me
gusta volver con la imaginación a aquellos años en los que Jesús
permaneció junto a su Madre, que abarcan casi toda la vida de Nuestro Señor
en este mundo. Verle pequeño, cuando María lo cuida y lo besa y lo
entretiene. Verle crecer, ante los ojos enamorados de su Madre y de José,
su padre en la tierra. Con cuánta ternura y con cuánta delicadeza María y
el Santo Patriarca se preocuparían de Jesús durante su infancia y, en
silencio, aprenderían mucho y constantemente de El. Sus almas se irían
haciendo al alma de aquel Hijo, Hombre y Dios. Por eso la Madre —y, después
de Ella, José— conoce como nadie los sentimientos del Corazón de Cristo,
y los dos son el camino mejor, afirmaría que el único, para llegar al
Salvador.
Que en cada uno de vosotros, escribía San Ambrosio, esté el alma
de María, para alabar al Señor; que en cada uno esté el espíritu de María,
para gozarse en Dios. Y este Padre de la iglesia añade unas
consideraciones que a primera vista resultan atrevidas, pero que tienen un
sentido espiritual claro para la vida del cristiano. Según la carne, una
sola es la Madre de Cristo; según la fe, Cristo es fruto de todos nosotros.
Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr
que Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán
con El por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna
manera participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra
Señora; sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y
coherente de una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar
un fiat que se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios.
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