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Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
La Virgen santa, causa de nuestra alegría.
Nuestra
Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el
Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia
ordinaria. A lo largo del año, cuando celebramos las fiestas marianas, y en
bastantes momentos de cada jornada corriente, los cristianos pensamos muchas
veces en la Virgen. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se
conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco
a poco iremos aprendiendo: y acabaremos pareciéndonos a Ella, como los
hijos se parecen a su madre.
Imitar, en primer lugar, su amor. La caridad no se queda en sentimientos: ha
de estar en las palabras, pero sobre todo en las obras. La Virgen no sólo
dijo fiat, sino que cumplió en todo momento esa decisión firme e
irrevocable. Así nosotros: cuando nos aguijonee el amor de Dios y
conozcamos lo que El quiere, debemos comprometernos a ser fieles, leales, y
a serlo efectivamente. Porque no todo aquel que dice Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi
Padre celestial.
Hemos de imitar su natural y sobrenatural elegancia. Ella es una criatura
privilegiada de la historia de la salvación: en María, el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros. Fue testigo delicado, que pasa oculto;
no le gustó recibir alabanzas, porque no ambicionó su propia gloria. María
asiste a los misterios de la infancia de su Hijo, misterios, si cabe hablar
así, normales: a la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones de
las masas, desaparece. En Jerusalén, cuando Cristo —cabalgando un
borriquito— es vitoreado como Rey, no está María. Pero reaparece junto a
la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene el sabor, no
buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma.
Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa
delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de
aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente.
Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no
entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de
la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra. ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra
conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no
sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la
libertad de los hijos de Dios
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