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Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
La Virgen santa, causa de nuestra alegría.
Pero
no penséis sólo en vosotros mismos: agrandad el corazón hasta abarcar la
humanidad entera. Pensad, antes que nada, en quienes os rodean —parientes,
amigos, colegas— y ved cómo podéis llevarlos a sentir más hondamente la
amistad con Nuestro Señor. Si se trata de personas rectas y honradas,
capaces de estar habitualmente más cerca de Dios, encomendadlas
concretamente a Nuestra Señora. Y pedid también por tantas almas que no
conocéis, porque todos los hombres estamos embarcados en la misma barca.
Sed leales, generosos. Formamos parte de un solo cuerpo, del Cuerpo Místico
de Cristo, de la Iglesia santa, a la que están llamados muchos que buscan
limpiamente la verdad. Por eso tenemos obligación estricta de manifestar a
los demás la calidad, la hondura del amor de Cristo. El cristiano no puede
ser egoísta; si lo fuera, traicionaría su propia vocación. No es de
Cristo la actitud de quienes se contentan con guardar su alma en paz
—falsa paz es ésa—, despreocupándose del bien de los otros. Si hemos
aceptado la auténtica significación de la vida humana —y se nos ha
revelado por la fe—, no cabe que continuemos tranquilos, persuadidos de
que nos portamos personalmente bien, si no hacemos de forma práctica y
concreta que los demás se acerquen a Dios.
Hay un obstáculo real para el apostolado: el falso respeto, el temor a
tocar temas espirituales, porque se sospecha que una conversación así no
caerá bien en determinados ambientes, porque existe el riesgo de herir
susceptibilidades. ¡Cuántas veces ese razonamiento es la máscara del egoísmo!
No se trata de herir a nadie, sino de todo lo contrario: de servir. Aunque
seamos personalmente indignos, la gracia de Dios nos convierte en
instrumentos para ser útiles a los demás, comunicándoles la buena nueva
de que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad.
¿Y será lícito meterse de ese modo en la vida de los demás? Es
necesario. Cristo se ha metido en nuestra vida sin pedirnos permiso. Así
actuó también con los primeros discípulos: pasando por la ribera del
mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés, echando las redes en el
mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: seguidme, y haré que vengáis
a ser pescadores de hombres. Cada uno conserva la libertad, la falsa
libertad, de responder que no a Dios, como aquel joven cargado de riquezas,
de quien nos habla San Lucas. Pero el Señor y nosotros —obedeciéndole: id
y enseñad- tenemos el derecho y el deber de hablar de Dios, de este
gran tema humano, porque el deseo de Dios es lo más profundo que brota en
el corazón del hombre.
Santa María, Regina apostolorum, reina de todos los que suspiran por
dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras
miserias, pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría
haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la
sal que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos,
con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor,
para poder llevar a los demás la fe de Cristo.
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