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Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
La Virgen santa, causa de nuestra alegría.
El
mejor camino para no perder nunca la audacia apostólica, las hambres
eficaces de servir a todos los hombres, no es otro que la plenitud de la
vida de fe, de esperanza y de amor; en una palabra, la santidad. No
encuentro otra receta más que ésa: santidad personal.
Hoy, en unión con toda la Iglesia, celebramos el triunfo de la Madre, Hija
y Esposa de Dios. Y como nos gozábamos en el tiempo de la Pascua de
Resurrección del Señor a los tres días de su muerte, ahora nos sentimos
alegres porque María, después de acompañar a Jesús desde Belén hasta la
Cruz, está junto a El en cuerpo y alma, disfrutando de la gloria por toda
la eternidad. Esta es la misteriosa economía divina: Nuestra Señora, hecha
partícipe de modo pleno de la obra de nuestra salvación, tenía que seguir
de cerca los pasos de su Hijo: la pobreza de Belén, la vida oculta de
trabajo ordinario en Nazaret, la manifestación de la divinidad en Caná de
Galilea, las afrentas de la Pasión y el Sacrificio divino de la Cruz, la
bienaventuranza eterna del Paraíso.
Todo esto nos afecta directamente, porque ese itinerario sobrenatural ha de
ser también nuestro camino. María nos muestra que esa senda es hacedera,
que es segura. Ella nos ha precedido por la vía de la imitación de Cristo,
y la glorificación de Nuestra Madre es la firme esperanza de nuestra propia
salvación; por eso la llamamos spes nostra y causa nostræ
laetitiæ, nuestra esperanza y causa de nuestra felicidad.
No podemos abandonar nunca la confianza de llegar a ser santos, de aceptar
las invitaciones de Dios, de ser perseverantes hasta el final. Dios, que ha
empezado en nosotros la obra de la santificación, la llevará a cabo.
Porque si el Señor está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El, que
ni a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó a la muerte por todos
nosotros, ¿cómo, después de habernos dado a su Hijo, dejará de darnos
cualquier otra cosa?.
En esta fiesta, todo convida a la alegría. La firme esperanza en nuestra
santificación personal es un don de Dios; pero el hombre no puede
permanecer pasivo. Recordad las palabras de Cristo: si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, lleve su cruz cada día y sígame.
¿Lo veis? La cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún
día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor,
en la que no aceptemos su yugo. Por eso, no he querido tampoco dejar de
recordaros que la alegría de la resurrección es consecuencia del dolor de
la Cruz.
No temáis, sin embargo, porque el mismo Señor nos ha dicho: venid a mí
todos los que andáis agobiados con trabajos, que yo os aliviaré. Tomad mi
yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón,
y hallaréis el reposo para vuestras almas; porque mi yugo es suave y mi
carga ligera. Venid —glosa San Juan Crisóstomo—, no para
rendir cuentas, sino para ser librados de vuestros pecados; venid, porque yo
no tengo necesidad de la gloria que podáis procurarme: tengo necesidad de
vuestra salvación... No temáis al oír hablar de yugo, porque es suave; no
temáis si hablo de carga, porque es ligera.
El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la
Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con El
no cabe la tristeza. In lætitia, nulla dies sine cruce!, me gusta
repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz.
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