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Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
La Virgen santa, causa de nuestra alegría.
Recojamos
de nuevo el tema que nos propone la Iglesia: María ha subido a los cielos
en cuerpo y alma, ¡los ángeles se alborozan! Pienso también en el júbilo
de San José, su Esposo castísimo, que la aguardaba en el paraíso. Pero
volvamos a la tierra. La fe nos confirma que aquí abajo, en la vida
presente, estamos en tiempo de peregrinación, de viaje; no faltarán los
sacrificios, el dolor, las privaciones. Sin embargo, la alegría ha de ser
siempre el contrapunto del camino.
Servid al Señor, con alegría: no hay otro modo de servirle. Dios
ama al que da con alegría, al que se entrega por entero en un
sacrificio gustoso, porque no existe motivo alguno que justifique el
desconsuelo.
Quizá estimaréis que este optimismo parece excesivo, porque todos los
hombres conocen sus insuficiencias y sus fracasos, experimentan el
sufrimiento, el cansancio, la ingratitud, quizá el odio. Los cristianos, si
somos iguales a los demás, ¿cómo podemos estar exentos de esas constantes
de la condición humana?
Sería ingenuo negar la reiterada presencia del dolor y del desánimo, de la
tristeza y de la soledad, durante la peregrinación nuestra en este suelo.
Por la fe hemos aprendido con seguridad que todo eso no es producto del
acaso, que el destino de la criatura no es caminar hacia la aniquilación de
sus deseos de felicidad. La fe nos enseña que todo tiene un sentido divino,
porque es propio de la entraña misma de la llamada que nos lleva a la casa
del Padre. No simplifica, este entendimiento sobrenatural de la existencia
terrena del cristiano, la complejidad humana; pero asegura al hombre que esa
complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el
cable, fuerte e indestructible, que enlaza la vida en la tierra con la vida
definitiva en la Patria.
La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa
esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido
y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y
que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es
nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición —Monstra
te esse Matrem-, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con
solicitud maternal.
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