|
Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
La Virgen santa, causa de nuestra alegría.
La
alegría es un bien cristiano. Unicamente se oculta con la ofensa a Dios:
porque el pecado es producto del egoísmo, y el egoísmo es causa de la
tristeza. Aún entonces, esa alegría permanece en el rescoldo del alma,
porque nos consta que Dios y su Madre no se olvidan nunca de los hombres. Si
nos arrepentimos, si brota de nuestro corazón un acto de dolor, si nos
purificamos en el santo sacramento de la Penitencia, Dios sale a nuestro
encuentro y nos perdona; y ya no hay tristeza: es muy justo regocijarse
porque tu hermano había muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido
hallado.
Esas palabras recogen el final maravilloso de la parábola del hijo pródigo,
que nunca nos cansaremos de meditar: he aquí que el Padre viene a
tu encuentro; se inclinará sobre tu espalda, te dará un beso prenda de
amor y de ternura; hará que te entreguen un vestido, un anillo, calzado. Tú
temes todavía una reprensión, y él te devuelve tu dignidad; temes un
castigo, y te da un beso; tienes miedo de una palabra airada, y prepara para
ti un banquete.
El amor de Dios es insondable. Si procede así con el que le ha ofendido, ¿qué
hará para honrar a su Madre, inmaculada, Virgo fidelis, Virgen Santísima,
siempre fiel?
Si el amor de Dios se muestra tan grande cuando la cabida del corazón
humano —traidor, con frecuencia— es tan poca, ¿qué será en el Corazón
de María, que nunca puso el más mínimo obstáculo a la Voluntad de Dios?
Ved cómo la liturgia de la fiesta se hace eco de la imposibilidad de
entender la misericordia infinita del Señor, con razonamientos humanos; más
que explicar, canta; hiere la imaginación, para que cada uno ponga su
entusiasmo en la alabanza. Porque todos nos quedaremos cortos: apareció
un gran prodigio en el cielo: una mujer, vestida de sol, y la luna debajo de
sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas. El rey se ha
enamorado de tu belleza. ¡Cómo resplandece la hija del rey, con su vestido
tejido en oro!.
La liturgia terminará con unas palabras de María, en las que la mayor
humildad se conjuga con la mayor gloria: me llamarán bienaventurada
todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas aquel que es
todopoderoso.
Cor Mariæ Dulcissimum, iter para tutum; Corazón Dulcísimo de María,
da fuerza y seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro
camino, porque tú conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu
amor, al amor de Jesucristo.
|
|